Todas
las sociedades, en todas las épocas, han elaborado imágenes y valores sobre la
persona del maestro y su labor pedagógica. Desde que el ser humano
existe, conocemos experiencias educativas, sabemos que han existido profesores
que han alumbrado, también sabemos que han dejado referentes como profesores
ideales, han existido creadores de escuelas que han sido hitos para el presente.
Ahora bien, la
preocupación por cómo debe ser y actuar el profesor, y cuáles deben ser las
características personales y
profesionales que le configuran como
profesional son preguntas siempre abiertas.
Actualmente, se
vive una etapa de transición y de cambio en relación con el rol del docente
debido a múltiples causas, una de las más importantes, es el impacto de los
cambios tecnológicos en el proceso de enseñanza y aprendizaje, los cuales han
ampliado el concepto de educación
considerablemente. Por tanto, hemos pasado de un perfil profesional basado en
la división de funciones a otro perfil de profesor que requiere nuevas
estrategias, percepciones, experiencias y conocimientos para intentar dar
respuesta a los múltiples interrogantes que se le presentan cada día.
Para ello, es necesario concebir el docente bajo otro paradigma, diferente
al tradicionalmente utilizado. No se trata de definir mecánicamente, a través
de un listado, las competencias del docente, es preciso desentrañar qué
elementos cognitivos, actitudinales, valorativos y de destrezas favorecen la
resolución de los problemas educativos, desde todos los niveles de desempeño
del docente, para qué de esta manera, sea posible identificar y analizar
aquellas capacidades requeridas por un grupo social determinado, en un contexto
específico.
Por
ello, este nuevo perfil del educador debe despertar el interés por aprender,
cómo aprender y mantener al día estos conocimientos. Según Delors (1996), esto
requiere una concepción del proceso de aprendizaje que facilite la adquisición
de las capacidades, proporcione las estrategias más generalizables para
solucionar problemas y desarrolle capacidades socio- afectivas, tales como
valores, actitudes, motivaciones y emociones, puesto que éstas representan el
foco más importante para lograr la competencia personal y profesional que
requerirán, en el marco de la educación permanente, tanto el que aprende como
el educador.
Así
pues, el rol del profesor no se ve limitado a la adquisición de conocimientos y
al desarrollo de destrezas, sino que también tiene una gran importancia el
desarrollo de los valores.
En
definitiva, para que los docentes alcancen las competencias del perfil
enunciado es necesario implementar dispositivos de formación y entrenamiento
que los comprometa a aumentar sus capacidades de observación, de agudizar
prácticas reflexivas, de fortalecer el sentido de su propia capacitación, de
desarrollar inteligencias múltiples, de atender a los valores.
Por
esta razón, para definir la profesión docente que la sociedad del siglo XXI
necesita, se tiene que aceptar el desafío de ampliar el horizonte cultural e
intervenir activa y comprometidamente como ciudadanos en el mundo actual.
En conclusión, ser
profesor es una profesión de compromiso, educar hoy es un quehacer pletórico de responsabilidades. La educación es
una carrera de fondo conducida a una meta llamada utopía, es tarea compleja de
toda la sociedad.
Bibliografía
utilizada:
Delors, J. (1996). Informe
a la UNESCO de la Comisión sobre Educación para el siglo XXI. La educación
encierra un tesoro. Madrid: Santillana. Ediciones UNESCO.
Galvis, R. V. (2007) De
un perfil tradicional a un perfil docente basado en competencias. Acción pedagógica. Nº 16, pp. 48-57. http://www.saber.ula.ve/bitstream/123456789/17284/2/articulo5.pdf
(20/09/2012)
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